divendres, 2 d’octubre del 2015

2067-LOS CHICOS DEL CORO

NADIE se está tomando en serio la pro­puesta de presidencia coral formulada por una dama de la CUP que responde al arcangélico nombre de Anna Gabriel. Los más sutiles dicen que es un globo sonda; los menos, que es un globo sin más, marihuanero. Pero lo cierto es que se veía venir. Después de la singularidad, la fiscalidad y la ordinalidad tenía que llegar la coralidad: un govern-castellet, una su­peración folclòrica y asamblearia de lo institucional que jubila la concepción mo­noplaza del poder-ese arcaísmo, propio de la era de la responsabilidad indivi­dual- e instaura el jardín de infancia ho­rizontal, el corro de la patata soberana, el achupé ejecutivo.
Sucede que Anna Gabriel es la número dos de lo suyo, lo cual significa que hay un número uno y un número tres, e inclu­so un número cuatro y un número cinco, y así seguido hasta el décimo diputado cosechado por là CUP el 27 de septiem­bre. El Sistema prueba su intrínseca per­versión forzando al asamblearismo más sonrosado a formar en áspera jerarquía, e incluso a pelearse por figurar más alto en la papeleta, ya que ni siquiera Adán está libre de Caín. La CUP aparece así co­mo un partido fundamentalmente para­dójico que combina la quechua con el es­calafón, se declara internacionalista pero le obsesiona la aldea, aúlla contra el capi­tal mientras pacta con la burguesía y pre­dica la insumisión sin dejar de ejercer el poder legislativo. No puede sorprender por tanto que en el zapatero ideológico de David Fernández convivan las polai­nas decimonónicas con las sandalias pos- modernas.
Ahora bien. Hay que reconocer que una presidencia coral en Cataluña es una idea maravillosa. Ni Platón, ni Agustín, ni Moro, ni Proudhon se atrevieron a soñar utopía tan audaz: un régimen colmenero sin abeja reina, el poder sin autoritaris mo, las decisiones de gobierno desligadas de la necesidad de responder por ellas -¿quién de los chicos del coro reconoce­rá que desafinó?la convivencia edéni­ca, preternatural, anterior a la manzana de Eva. He aquí la política según la CUP: una democracia pastelera, democracia CUPcake. ¿Y por qué no replicarla en La Moncloa? ¡Se acabaron las campañas electorales, su tabarrón siempre paralelo y siempre perpendicular! Llega la edad de la política yuxtapuesta en que los atá­vicos contendientes de Goya tiran la ga­rrota y se abrazan: que manden juntos Mariano, Pedro, Albert y Pablo. Cuatro si­llones, un solo Consejo de Ministros. ¿Quién da más en cotas de pluralismo y representatividad? Y llegados a este pun­to de ecumenismo, ¿qué impide que un gran simio acceda a ese gabinete coral al objeto de que represente no ya a los ciu­dadanos, tan antropomórficos, sino al or­den entero de los mamíferos?
El democratismo degenera en demo­cretinismo cuando se renuncia primero a los estudios de Derecho y después al me­ro ejercicio de la adultez, entendida como libertad responsable. Hay dos cosas que uno nunca se explicará, quizá porque no tiene valor para investigarlas. Una es la oscura utilidad que reservan los chinos (al menos los que te despachan en el bazar) a la uña de su meñique para que adquiera esa curvatura de garra y esa tonalidad de pergamino. La otra es cómo ha llegado una respetable metrópoli mediterránea llamada Cataluña a depender de la CUP

JORGE BUSTOS

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