Hay un viejo
proverbio que dice: «En política, cuando lo grande se vuelve pequeño, lo
pequeño se reduce a nada». Es lo que ha ocurrido en Cataluña: ha nacido un Gobierno
que se está muriendo antes de nacer, con un triunvirato que se apuñala como
los de las guerras civiles romanas.
Pero este
desastre que nos amenazaba ha podido ser conjurado por los votantes que no
quieren irse de España y por el apoyo de Europa. Han visto los europeos que en
Cataluña se estaba sembrando una hostilidad contagiosa. Los franceses, tan
jacobinos, no han mostrado simpatía alguna por el independentismo y han
subrayado el componente racista de los del «sí». De entre todas las actitudes,
la de Alemania ha sido la más firme. La misma nación que apoyó la entrada de
España en Europa respaldó apasionadamente la unidad de nuestra nación. Angela
Merkel recurrió al principio de integridad territorial y dijo que Alemania no
permitirá una Cataluña independiente. Apenas conocerse el resultado de las
elecciones, el Gobierno alemán recordó que hay que cumplir la Constitución
española y las leyes de la UE.
Muchos alemanes
son lectores de Ortega y Gasset. Decía Guido Brunner que los embajadores de la
República Federal, además de las cartas credenciales, se traían a Madrid las
obras completas del torero de la filosofía, que se sabía de memoria El cantar de los Nibelungos.
«España
necesita de Alemania», escribió. Nunca la ha necesitado como ahora; primero,
por la crisis; segundo, por la secesión. El maestro dijo cosas de Cataluña en
la República que son de angustiosa actualidad. Describió a los catalanes
vagando como espectros por las cortes de Europa buscando algún rey que quisiera
ser su soberano. Señaló que muchos catalanes -ahora la mitad- quieren vivir con
España y ése será un problema perpetuo. «El nacionalismo de dintorno grave,
de intensidad variable, que se apodera de un pueblo y le hace desear
ardientemente vivir aparte». La idea de que Ca taluña es un problema que ni la República
ni la Monarquía fueron capaces de resolver llegó a toda Europa y especialmente
a Alemania en los libros de Ortega. Según Serafín Quero, hay en asa tierra una
cepa a la que llaman Ortega, en honor al pensador. «Es un vino armonioso y
redondo, con un buqué que recuerda al melocotón».
La admiración
alemana por España viene de lejos. Federico II de Prusia, Federico
el Grande, masón, homosexual, déspota ilustrado, sentía devoción por España.
«España es una nación generosa llena de honor, de imaginación viva, apta para
las ciencias si la superstición no retardara su progreso». Y los dos más
grandes filósofos prusianos -Kant y Nietzsche- describieron al español como un
ser serio, callado y veraz. Nietzsche dijo aquello tan misterioso: «¡Los españoles!
Esos hombres que quisieron ser demasiado». No todos. Sigue habiendo, como
sugirió Ortega, reaccionarios, botarates, tardígrados, cargados de frenos,
como osos de agua, energúmenos de toda banda, reaccionarios o chabacanos,
botarates de derechas o chillos de izquierdas, patriotas y separatistas.
RAÚL DEL POZO
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada