dimecres, 18 de novembre del 2015

2213-FIDELISTAS

EN EL año 1980 monté en un bote en el puerto de Mariel, próximo a La Habana, y escapé del fidelismo. Cuando vi la costa alejarse y unas ho­rrendas palmas empequeñecerse en el horizon­te, sentí un alivio inmenso. Ya esa gentuza (los fidelistas) no será dueña de mi vida, me dije. El mar iba haciéndose más azul y supe que no regresaría jamás. ¿Quién quiere regresar al lugar  donde  ha sido esclavizado? No yo.
Los fidelistas me obligaron a pasar casi cuatro años en el ejército fidelista, y de esos cuatro la mitad trabajando en la zafra azuca­rera doce horas diarias sin sueldo, así que es­pero que nadie piense que exagero cuando digo esclavitud. Para no hablar de vivir en una sociedad completamente ideologizada, militarizada, odiadora de lo delicado y cxal- tadora de lo vulgar.

Cuando salí  del ejército, los fidelistas me mandaron a un campo de trabajo forzado otro año, acusado de «conducta impropia», un in­vento fidelista. Regimen carcelario, soldados armados custodiando el lugar. Hambre, sucie­dad. Esclavo, como dije. El fidelismo es repu­dio de la libertad.

Pero no los agobiaré con mis pasadas penu­rias bajo el fidelismo, penurias, a fin de cuen­tas, felizmente coronadas con la fuga y con mi asentamiento en el mundo libre, es decir en el mundo capitalista. De lo que quiero hablarles es de mi perplejidad al ver un partido fidelista en España, en Barcelona, concretamente. Yó que pensaba que había dejado atrás el fidelis­mo de una vez por todas. ¡En la rica y civiliza­da Europa! En la rica, burguesa y, aseguran, refinada Barcelona, un partido fidelista.

Dicen que la Historia está condenada a re­petirse. Supercherías. Sin embargo, tendré que terminar por creer en el impulso suicida de las sociedades ricas y civilizadas, en el instinto sui­cida de la burguesía. La burguesía cubana fue, como se sabe, la que apoyó y financió a Fidel Castro y lo llevó al poder. No hubiera existido Revolución fidelista sin el dinero y el apoyo de la burguesía cubana, una de las más prósperas y educadas del continente. No fue una revolu­ción de los desposeídos, fue una revolución de malcriados niños bien burgueses.

Y ahora veo a los de la CUP en la televisión y me digo ¿cómo se ha llegado a esto? No a que existan estos especímenes fidelistas, por­que cualquier sociedad libre genera residuos, eso es inevitable. Me refiero a cómo es posible que miles de catalanes hayan votado a estos fi­delistas, que por otro lado no esconden sus in­tenciones: destruir el capitalismo, el sistema que más prosperidad y justicia ha traído a la Humanidad. Todo en nombre del Pueblo, co­mo buenos fidelistas.

La CUP encarna un fidelismo barcelonés bien bebido y alimentado, semejante al que in­fectó Cuba. Como el fidelismo de Cuba, que nunca fue, repito, un asunto de pobres sino de ricachones, aventureros, vagos, noveleros, la­tifundistas e hijos de papá, el fidelismo barce­lonés es producto de la educación socialdemó- crata, el botellón, el desprecio por la cultura del esfuerzo, de un lóbrego deseo de vulgari­dad, y de esa oscura pulsión autodestructiva que ya ha asolado Europa antes, y que ahora parece regresar.

337.794 votos obtuvo la CUP en las últimas elecciones. Y según las encuestas, serán mu­chos más en el futuro. 337.794 votos fidelis­tas que certifican la putrefacción no sólo de la política, sino de una parte considerable de la sociedad catalana.

«Lo que mató a Lorca fue la grosería. No la política». Dijo críptico e iluminador Lezama Lima. Lo mismo podrá decirse ante el ca­dáver de Cataluña si llegan a imponerse los fidelistas.


JUAN ABREU

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